Te enseñan a relacionarte con Dios, como de un amigo a otro.
Desde hace años, al recorrer numerosos países, había ido yo constatando un hecho: entre nosotros, en general, no se enseña a orar.
Hay mucha reflexión en los grupos eclesiales, es verdad, así como un copioso estudio sobre la Palabra en los círculos bíblicos y en las diversas comunidades cristianas.
Pero aún en estos casos no se enseña a orar, al menos de una manera metódica, ordenada y progresiva. Y mientras tanto, el pueblo se muere de hambre de Dios. Los cristianos comprometidos se quejan diciendo: nos dan abundante doctrina y técnicas pastorales, pero nos falta pasión y vida. Cuántas veces hemos oído decir: los sacramentos "me dicen poco", no sacian mis "ganas" de Dios.
Una cosa es la palabra Dios y otra es Dios mismo.
Una cosa es la palabra amor y otra cosa es el amor. En nuestra mente tenemos la idea de que el fuego quema, pero otra cosa es meter la mano en el fuego y tener la experiencia de que el fuego quema. Sabemos que el agua sacia la sed, pero otra cosa es tomar un vaso de agua fresca en una tarde de verano y tener la experiencia de que el agua apaga la sed.
Sabemos que tal sinfonía es sublime, pero otra cosa es estremecerse al escucharla. Sabemos que Dios es amor, pero otra cosa es conmoverse hasta las lágrimas ante la proximidad infinitamente amorosa de mi Padre.
Dios no es un conjunto de palabras hilvanadas con una lógica interna; no es una abstracción mental o una teoría. Dios es una persona y a una persona se la conoce tratándola; y sólo este trato personal confiere aquel conocimiento experimental "que supera todo conocimiento". Si no nos echamos de cabeza en el mar de Dios, nunca sabremos quién es Dios.
Desde hacía muchos años yo venía sintiendo que algo debía hacerse en este sentido: en el sentido de tomar de la mano al pueblo creyente y guiarlo hacia el trato personal con el Señor a fin de transformar a cada cristiano en amigo y discípulo del Señor. Y, como nadando se aprende a nadar, lo importante era echarse al agua; así lo hicimos
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